Sobre el 8 de marzo: las hogueras nunca se apagaron

CdL 03 / Marzo 2018

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Ninguna comunidad humana libre puede construirse si no son cuestionadas y atacadas todas las divisiones impuestas por las necesidades de acumulación capitalista. En este sentido, la situación subordinada de la mujer ha sido crucial para el desarrollo del Capital. Históricamente, el movimiento de mujeres ha combatido enérgicamente contra las condiciones a las que se les condenaba, luchas que se han saldado con la vida de millares de ellas. 

Como sabemos, el Capital no solo intenta recuperar las luchas que surgen contra él, sino que se intenta adelantar promoviendo “reivindicaciones” allí donde puedan brotar los antagonismos, razón por la que podemos ver a prácticamente toda la clase dominante pronunciando discursos a favor de los “derechos de las mujeres”, y a la mayoría de las sectas de falsos críticos autodenominarse –hipócritamente– como feministas.

Hemos cortado billones de toneladas de algodón, lavado billones de platos, fregado billones de suelos, mecanografiado billones de palabras, lavado billones de pañales

Compartimos este extracto, escrito en 1971 por Mariarosa Dalla Costa, feminista autonomista italiana, activa participante de la oleada revolucionaria que sacudió a ese país –y al mundo entero– entre los años 60 y 70, en el que queda claro que la liberación de la mujer del rol secundario al que se le intenta relegar no pasa por su integración en la dinámica capitalista.

Las mujeres y la lucha por no trabajar*

[…] El capital se está apoderando del ímpetu mismo que creó al movimiento –el rechazo por millones de mujeres del lugar tradicional de la mujer– para rehacer la fuerza de trabajo incorporando cada vez a más mujeres. El movimiento sólo puede desarrollarse en oposición a esto. Con su misma existencia, plantea, y debe hacerlo cada vez más articuladamente en la acción, que las mujeres niegan el mito de la liberación a través del trabajo. Porque ya hemos trabajado bastante. Hemos cortado billones de toneladas de algodón, lavado billones de platos, fregado billones de suelos, mecanografiado billones de palabras, conectado billones de aparatos de radio, lavado billones de pañales, a mano y a máquina. Cada vez que nos han “permitido entrar” en algún enclave tradicionalmente masculino, ha sido para encontrar un nuevo nivel de explotación para nosotras. […]

[…] [Las mujeres] que hemos salido de nuestras casas para trabajar porque no teníamos más remedio o para ganar dinero extra o independencia económica, hemos prevenido a las demás: la inflación nos ha clavado en estos horribles puestos de mecanógrafas o en las líneas de ensamble y ahí no está la salvación. No debemos admitir el desarrollo que nos ofrecen. Pero la lucha de la mujer que trabaja no consiste en regresar al aislamiento de la casa, por muy atractivo que pueda resultar, a veces, los lunes por la mañana; como tampoco consiste en cambiar la sujeción en la casa por la sujeción a un escritorio o a una máquina, por muy atractivo que pueda resultar comparado con la soledad del doceavo piso de un edificio de viviendas. […]

[…] Las mujeres debemos descubrir nuestras posibilidades totales, que no son ni remendar calcetines ni convertirse en capitanes de transoceánicos. Es más, puede que queramos hacer este tipo de cosas, pero ahora no puede situárselas en otro contexto que no sea la historia del capital.

El reto que enfrenta el movimiento de las mujeres es el de encontrar formas de lucha que, a la vez que liberen a las mujeres de la casa, eviten, por un lado, una esclavitud doble y, por otro, nos impidan llegar a otro nuevo grado de control y regimentación capitalista. Esta es, en definitiva, la línea divisoria entre reformismo y política revolucionaria dentro del movimiento de las mujeres. […]

 


* Extracto de «Las mujeres y la subversión de la comunidad», de Mariarosa Dalla Costa, que a su vez es parte de El poder de la mujer y la subversión de la comunidad, Mariarosa Dalla Costa & Selma James (1972)