Copa Mundial de Fútbol: ni juego ni fiesta

CdL

Como cada cuatro años, la Copa Mundial de Fútbol se impone con todo su aparataje mediático en la sociedad. Una vez más las vitrinas se abarrotan de televisores a la venta y su publicidad pseudo-fiestera satura cada centro urbano en cualquier parte del planeta; los ojos del mundo atienden y se rinden ante esta cita multimillonaria. Misteriosamente (¿o no?), la inversión demencial de capital y la construcción de monumentales estadios se normaliza paradigmáticamente en contraste con la cada vez más precaria existencia de la mayoría de seres humanos en el planeta.

Tamaña inversión de capital, nos lleva a preguntarnos sobre la complicidad existente entre Capitalismo y Deporte. Y ante esto, es válido cuestionarse también: ¿Se trata simplemente de manifestar la instrumentalización del deporte como propulsor del consumo, el nacionalismo y la competencia o es que estos fenómenos son solo la punta del iceberg de un proceso inseparable de las condiciones de producción capitalistas? Para esto, creemos que hay que ir a la raíz del problema y ocuparnos antes de la escisión entre deporte y juego.

A diferencia del deporte, el deleite del juego radica en el placer por la diversión y la creatividad. En la infancia, el juego es el motor fundamental para vincularnos socialmente. Gracias a él aprendemos y descubrimos el mundo que nos rodea. Históricamente, en las comunidades medievales, el juego y la fiesta fueron dos elementos inseparables entre sí. La fiesta cumplía un rol fundamental como manifestación del espíritu lúdico y del ejercicio físico, así como en el uso del espacio común y en el despliegue liberador de todas las restricciones existentes en la sociedad.

Lo que produce el deporte es fundamentalmente rendimientos y récords, es decir, datos computables, cosas. Tal como ocurre con la producción de las demás mercancías, lo importante es la cantidad en detrimento de la calidad. Así, los deportistas son exprimidos al máximo, como en las mejores fábricas

La decadencia del juego se produce progresivamente con el surgimiento del Capitalismo¹. El deporte aparece notoriamente en oposición al juego, como ideología de la competición, del disciplinamiento y del sacrificio. De hecho, vemos que deporte y trabajo asalariado comparten un mismo núcleo, ambos se rigen por su producto; resultado y valor.

“Lo que produce el deporte es fundamentalmente rendimientos y récords, es decir, datos computables, cosas. Tal como ocurre con la producción de las demás mercancías, lo importante es la cantidad en detrimento de la calidad. Así, los deportistas son exprimidos al máximo, como en las mejores fábricas. (…) El carácter mercantil y espectacular del deporte limita cada vez más la iniciativa y autonomía de unos ′jugadores′ convertidos en auténticos soportes publicitarios y sometidos a constantes presiones para optimizar el rendimiento y los resultados”². De este modo, si tomamos en cuenta la competición, el productivismo y la especialización del mundo laboral en relación con la actividad de cualquier deportista profesional, no veremos mayor diferencia. El deporte es un trabajo, tanto como trabajar se ha convertido en un deporte.

Por otro lado, la “formalidad” deportiva de eventos como la Copa Mundial de Fútbol, con su pomposidad y ceremonia, no solo son una mala y limitada copia de la festividad lúdica presente, por ejemplo, en las comunidades medievales, sino que están en las antípodas de su finalidad; en la primera se reproducen las principales reglas de la organización económica moderna: reglamentación, especialización, competitividad y maximización del rendimiento. La segunda, como decíamos, tiene como finalidad el disfrute del cuerpo, el contacto con el otro y el encuentro con el espacio natural.

Los seres proletarizados del mundo, al ser sustraídos de poder experimentar auténticamente formas de recreo y vincularnos a través de ellas, se transforman en un “público” cautivo, ávido por experimentar la “catarsis” representada en el triunfo de ese otro que los identifica en la contemplación del espectáculo deportivo

La Copa Mundial de Fútbol no es una fiesta ni nos pertenece a todxs como sociedad, es un espectáculo, un concurso capitalista transmitido global y mediáticamente donde los «jugadores» se enfrentan, no para jugar (incluso ganar pasa a un segundo plano cuando cada jugador posee intereses individuales que se contraponen con los de sus compañeros), sino para generar ganancias, como verdaderas vedettes del espectáculo deportivo. Muestra de ello, son los millonarios contratos, el intercambio de jugadores como simples mercancías y engranajes de una maquinaria, y la influencia ejercida por los medios de comunicación masivos en cada evento deportivo.

Los seres proletarizados del mundo, al ser sustraídos de poder experimentar auténticamente formas de recreo y vincularnos a través de ellas (en primera instancia, gracias a la expropiación del tiempo que opera en la temprana infancia, al entrar al sistema de escolarización y luego de lleno al trabajo), se transforman en un “público” cautivo, ávido por experimentar la “catarsis” representada en el triunfo de eso otro que los identifica en la contemplación del espectáculo deportivo, reflejando la carencia y la reafirmación colectiva del individuo aislado, despojado de toda vinculación comunitaria efectiva.

De este modo, la persistencia de diversas formas de identidad y fanatismo en el deporte, en particular en el fútbol, no es casual, y no ocurre mediante la instrumentalización del deporte, sino con el deporte, pues este encarna en sí mismo la degradación humana en tanto arrebato de los tiempos de creatividad y recreo, que permiten socializar y relacionarse a los seres humanos en comunidad. Ya sea bajo la bandera de un país, un club o una hinchada, el “público” deportivo, ansioso por experimentar «sensaciones fuertes» que lo reconecten con esa comunidad perdida, se entrega al efímero frenesí que le puede ofrecer una victoria sobre el equipo “rival”, ya sea en el «campo de juego», en las gradas o en las calles. Así, el deporte se ha conformado “en el espíritu de un mundo sin espíritu (…) donde la pasión de jugar, destruida, renace como juego de destrucción pasional”³.

La gran derrota que a los hinchas del fútbol les cuesta asumir, es que el tiempo del verdadero placer por jugar, nos lo robaron hace mucho. Lo que queda es enfrentarlo, y dejar de contemplar el mundo de espectáculo y miseria del que somos parte, para tomar partido en la recuperación de nuestro tiempo. Porque el capitalismo nos ha empobrecido hasta el punto en que divertirse es una prolongación de sus necesidades de valorización. La Copa Mundial de Fútbol no es una fiesta, es una soberana mierda.

¡Abajo el trabajo, el deporte y la sociedad de clases!

 


1. Con la revolución industrial, a partir del siglo XVIII, comienza un progresivo declive de la fiesta y de los tiempos de creatividad lúdica, que se apagan con el definitivo triunfo de la moral utilitaria y la ética del trabajo en el siglo XIX. En este período se colonizaron multitud de juegos tradicionales para reformarlos y convertirlos en deportes. Para mayor profundidad, revisar el texto de lxs compas de Ekintza Zuzena, Cuando el dinero siente los colores. La alegría de jugar porque sí.

2. Citius, Altius, Fortius, el libro negro del Deporte. Federico Corrientes y Jorge Montero.

3. Ibid.